Alfonso Basterra comentaba con otros padres el viernes 20 de septiembre a las puertas del Instituto Rosalía de Castro de Santiago las extraescolares a las que iba a asistir su hija. «Parecían tan unidos como siempre», señala otro periodista, padre de una compañera de clase de Asunta. Justo una semana después a la misma hora, Basterra y su exmujer Rosario Porto ingresaban en la cárcel de Teixeiro, acusados del homicido, «posible asesinato, a la espera de los resultados de Toxicología», de su hija. Los investigadores y el juez están convencidos de que la pareja se confabuló para cometer el crimen; que lo diseñaron al milímetro (pese a las evidencias recogidas junto al cadáver, una cuerda y una colilla) y que estaban seguros de que nadie los iba a señalar como autores. El periodista y la abogada, profesionales, apreciados y aparentes padres amantísimos creían que estarían libres de sospecha. «Fue muy elaborado», reiteran desde la investigación. «No tenemos la certeza del móvil pero lo que se intuye es algo tan retorcido que nos revolverá las tripas».
La farsa de la pareja ha saltado por los aires y una prueba de ello, según fuentes del caso, sería el cambio de versión de Rosario Porto ante el juez José Antonio Vázquez Taín sobre cómo desapareció Asunta. «Acomodó el relato de hechos en sede judicial a las pruebas que sabe incuestionables, como la imagen de la cámara que graba el paso de su coche con ella al volante, y su hija en el asiento del copiloto en dirección a la finca de Teo, a una hora en la que ella contó que la niña ya estaba perdida».
La actuación, el paripé de la abogada (que ya no está colegiada) ha sido una constante en esta semana de vértigo, hermetismo y rumorología, que ha removido conciencias. El instinto policial ha logrado desbaratar algunos de esos episodios supuestamente concebidos por la pareja con tiempo y tesón. El primero, los datos ofrecidos en la denuncia. Porto y su exmarido (se separaron hace poco más de un año pero habían retomado la relación de manera intermitente) contaron a la Policía a las 22.30 del sábado que la mujer estuvo fuera de su casa entre las 19 horas y las 21.30.
Cuando volvió la niña había salido, cerrado con llave la puerta y conectado las alarmas. Reveló además un episodio que no pasó desapercibido. En julio, en un descuido, dejó las llaves de su piso de Doctor Teixeiro puestas. De madrugada, su hija gritó y ella descubrió a un varón con guantes de látex y ropa oscura en el pasillo. Intentó atraparlo pero huyó. Los agentes se escamaron cuando explicó que no denunció para no traumatizar a la niña. Menos de tres horas después el cadáver de Asunta era descubierto por una pareja en una pista forestal de Teo (a unos 8 kilómetros de Santiago), y a menos de tres de la imponente finca con piscina y pista de tenis que Porto heredó de sus padres.
«Están equivocados»
Un testimonio y una grabación dejaron en evidencia a la madre desde el domingo. Un vecino de la finca declaró a la Guardia Civil que vio salir a la abogada apresurada de esa casa cercana a Teo; le dijo que iba a buscar a su hija y el hombre le recomendó que encendiera las luces del coche porque ya era de noche. Porto no tuvo más remedio que reconocer que había estado sola en la finca para recoger unos bañadores de la niña (un detalle obviado en la denuncia), pero contó que había ido sola. Una cámara de tráfico del centro de Santiago y otra de una gasolinera en el camino hacia la finca (hay más grabaciones) registran el paso del Mercedes de la letrada con su hija en el asiento del copiloto. En una de ellas, según los investigadores, la imagen es nítida.
El visionado de las cámaras, junto a las mentiras de la letrada, precipitaron su detención, a las puertas del tanatorio de Santiago tras la incineración del cuerpo. A esas alturas, los forenses ya habían constatado que Asunta murió por asfixia, que no se había resistido (por la sedación) y probablemente había sido atada. El paripé de la madre continuó en los calabozos de la Guardia Civil. «Están equivocados. Yo no fui», repetía entre lágrimas, tras mostrarse más preocupada por los lamparones de la manta de la celda que por los hechos de los que la acusaban. Durante el registro de su casa se desmoronó tras oír gritos de «¡asesina!»: «Bueno, he mentido y tengo que decir la verdad», soltó entre lágrimas. Y no volvió a abrir la boca.
Su comportamiento ya llamó la atención de allegados en el tanatorio el lunes. A una conocida le comentó su contrariedad por no haber podido ir a la inmobiliaria donde iba a participar en el alquiler de un piso; a otra amiga, le habló de su disgusto porque el caso lo llevara el «mediático» juez Taín y porque al ser abogada y conocida saldría durante semanas en los programas de televisión. Basterra, el padre de la niña, pasó del llanto a la frialdad en cuestión de horas y también pidió consejo a otros amigos sobre un abogado de confianza. Faltaban aún horas para su detención.
El miércoles, con los avances de Toxicología y la certeza de que a la pequeña la habían drogado antes de matarla, se decidió su imputación, que asistiera al registro de la finca de Teo y horas después su arresto. La Guardia Civil había confirmado que fue él quien compró en una farmacia de Santiago unos ansiolíticos con el mismo principio activo que los hallados en el cadáver de Asunta. Los tomaba Porto, sí, en tratamiento psiquiátrico, pero los investigadores tenían más.
No contó que la envenenaran
A principios de semana, nada más trascender la posibilidad de que a la niña la hubieran sedado, varias personas acudieron a la Guardia Civil. Lo hicieron dos profesoras del centro musical «Play» donde la superdotada Asunta asistió en julio al menos a tres cursos distintos: lenguaje musical, piano y peregrinos musicales. Dos de ellas explicaron que en ese mes, un día la niña estaba adormecida, inactiva, algo inusual en ella, siempre en cabeza y participativa. Se lo comentaron a su padre a la salida de las clases. «Está tomando unas pastillas muy fuertes para la alergia», fue su respuesta tras quitar importancia al estado de la cría.
«Es falso que Asunta dijera que la estaban envenenando; habrían actuado», señala el abogado Ramón García, padre de otros alumnos. La declaración de estas dos profesoras está secreta. Sin embargo, debió de ocurrir otro episodio en fechas próximas, en un curso diferente, y la niña sí dio más detalles. El juez ha prohibido que trasciendan esas declaraciones, dado que la hipótesis que se baraja es que los padres estuvieron suministrando a su hija algún tipo de medicamento desde hace tiempo (semanas o tal vez más). El día de la muerte, según algunas fuentes, almorzaron los tres juntos. El rastro de las pastillas en la niña era reciente, de unas horas antes. La pareja lo niega y, por tanto, se está a la espera de los resultados toxicológicos.
Vacaciones en familia
Tres días antes del crimen, la madre envió una nota al colegio: «La niña se encuentra muy mal. Tiene muchos vómitos. Ha tomado muchas pastillas. Espero vuestra colaboración cuando vuelva a clase». Esa nota está en poder de los investigadores. Por la tarde, mandó un «sms» a la profesora de ballet de Asunta. Le decía que la alumna estaba «K.O» por tomar pastillas.
Salvo esos episodios, que lógicamente solo han cobrado relevancia tras la muerte, nadie del entorno había percibido una amenaza. La imagen de familia feliz persistía incluso tras la separación de los padres. Los investigadores se afanan en determinar qué ocurrió en julio. Ese mes, además de los incidentes descritos que han trascendido ahora, un hombre entró supuestamente en la casa de noche. Lo contó la madre en la denuncia y, según algunas fuentes, la niña se lo relató a una amiga diciéndole que la habían querido estrangular. Los investigadores indagan si pudo ser un asalto fingido.
Fuentes del entorno sostienen que la menor acudió a pedir ayuda a su padre y de ahí que la abogada pasara varias semanas ingresada en el área psiquiátrica de un hospital de Santiago. Los agentes saben que el exmarido estuvo cerca y la atendió durante ese tiempo. Ella contó que estuvo hospitalizada por el «Lupus» que sufre, aunque quienes la conocen aseguran que se ha negado siempre a recibir tratamiento convencional y acudía a un homeópata. Tras la hospitalización, los tres pasaron varios días juntos en la playa, en la casa que Charo Porto heredó en Vilanova de Arousa.
Versiones contrapuestas, espontáneos removiendo el pasado familiar, herencias millonarias sobrevolando, negocios oscuros, desavenencias maritales, supuestos amantes, ingresos hospitalarios, desmentidos... El secreto del sumario y la exhaustiva y hermética investigación han dado pábulo a decenas de rumores en busca de una explicación al atroz crimen de una niña especial, sobresaliente y querida. «No sabemos aún por qué pero sí que lo hicieron ellos». La millonaria herencia ha surgido como posibilidad, pero solo sería una parte del puzzle. El testamento encontrado en su casa es de 1975 y Porto es la heredera, pero los agentes buscan posibles cambios posteriores o donaciones en vida a la niña de sus abuelos, ante la evidente falta de liquidez que ahora tenía la pareja. ¿Por qué urdieron un plan? Solo ellos lo saben. De momento.