Un jefe de la policía, en especial si es el de la de Tijuana, Baja California, debe atender los manuales de la corporación. Y en éstos se dice que un mando tiene que aplicar medidas activas y pasivas todos los días para proteger su vida. Las medidas pasivas son entre otras el no ir a un bar, no caminar solo por la calle, tener una vida privada muy privada y cambiar constantemente de rutina. Las activas, en cambio, consisten en contar con una buena arma a la mano y con escoltas listos para disparar las 24 horas del día.
El teniente coronel Julián Leyzaola Pérez, nieto de un general de división e hijo de otro militar con rango, se esfuerza en cumplir de manera disciplinada cada una de estas normas desde que asumió la Secretaría de Seguridad Pública de Tijuana, el 10 de diciembre de 2008, en medio de una disputa a sangre y plomo entre el cártel de Sinaloa y el de los Arellano Félix para controlar el tráfico de drogas a California, Estados Unidos.
A su actual grupo de escoltas —uno de varios que ha tenido, ya que la mafia ha comprado antes a otros de sus cercanos—, le advirtió el primer día: “No soy el clásico funcionario al que hay que sacar de la zona de fuego y protegerlo a como dé lugar. Si nos atacan, protéjanse ustedes que protegiéndose nos protegemos todos. Es más fácil que cada quien se agarre a uno de los que están tirando a que todos quieran cubrir al que me tira a mí”.
La presentación la acabó asegurándoles: “Yo también me sé defender, yo sé tirar y tiro muy bien, yo siempre tiro a la cabeza. Si no mato, pues dejo loco”.
Bondad y maldad
En una situación ideal, la policía de Tijuana —y la de cualquier lugar— debería dedicarse a combatir solamente la delincuencia común: evitar que un vecino ponga la música muy alta en la madrugada o detener a quienes roban rines y estéreos de los autos. Pero cuando el alcalde Jorge Ramos, emanado del PAN, y Leyzaola se reunieron para discutir la forma en que trabajarían, concluyeron que en Tijuana la delincuencia común había sido absorbida por la delincuencia organizada, por lo que ahora, el papel de la policía local sería el de atacar al crimen organizado.
“¿Para qué nomás ando atendiendo a esos malandrines (delincuentes comunes)? A esos, a coscorrones los disciplino, pero a aquellos (los capos) no, a aquellos sí tengo que enfrentarme con ellos, por eso la gran diferencia. Yo creo que los anteriores titulares no entendieron esa situación, o si la entendieron se hicieron los omisos”, así ha explicado Leyzaola la visión que tiene sobre su trabajo.
Aunque cuando se presentó con ellos les dijo “puedo ser tan bueno como quieran y tan malo como se necesite”, el jefe de la policía de Tijuana se lleva bien con la mayor parte de los periodistas que siguen sus actividades como funcionario. En cambio, no le caen bien los forasteros de la prensa: ni medios nacionales e internacionales tienen un acceso sencillo hasta él. Leyzaola suele decir: “Yo tengo obligación con la prensa local, pero con los nacionales e internacionales no. Les daré la información cuando tenga tiempo. Y si no tengo tiempo no los voy a atender”.
Los derechos humanos y El Pozolero
El 20 de octubre de 2009 algunos reporteros aseguraron haber presenciado el momento en que Leyzaola pateó el cadáver de un sicario que se había enfrentado con sus policías. Según esta versón, Leyzaola se acercó a un vehículo que llevaba el cuerpo entre las calles 5 y 10 de la ciudad, lo detuvo, lo miró y luego soltó el golpe contra él. Un funcionario municipal asegura tajantemente que esto es falso y que el rumor fue difundido por un grupo de narcos. Otro integrante de la administración reconoce que es posible que ésto sí haya ocurrido.
Lo que es totalmente cierto es que las denuncias por violaciones a los derechos humanos durante el periodo de Leyzaola han llegado hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El teniente coronel, quien es partidiario de legalizar la pena de muerte, las minimiza: “Hasta El Pozolero se fue a quejar a los derechos humanos. ¡Por favor!”.