CERAMICA, ARTE Y ARQUITECTURA
Un capítulo aparte merece la industria de la cerámica en el noroeste argentino.
Un período precerámico, el de Ayamptín, fue localizado en las Sierras Centrales, la Puna y la Quebrada, que data del año 6000 a.C. A ella le sigue el conjunto Los Barreales, al que los expertos han dividido en varias etapas culturales como las de Ciénaga I, Ciénaga II y aguada, con el agregado de Condorhuasi.
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Cerámica calchaquí |
El método del carbono 14 ha establecido una antigüedad que se remonta al año 329 de nuestra era para la primera y 709 para las dos últimas. Vale destacar que la cultura Los Barreales es anterior a Tiahuanaco y que el dragón que ilustra una vasija hallada en la zona, le adjudicó el nombre de “dragoniana” con el que hoy se la reconoce.
Posteriormente, en 1369, surgió el complejo conocido como Belén I, que se desarrolló en los valles de Abaucán, en Hualfín y el bolsón de Pipanaco (provincia de Catamarca) y se caracteriza por sus figuras zoomorfas, especialmente de serpientes y sapos con cuerpos reticulados o con cruz. La alfarería es de color rojo y negro y fue famosa la elaboraración de urnas para los entierros. La cultura barreal presenta dos estilos decorativos bien definidos, el primero, constituido por vasijas negras o grises claro con decoraciones zoomorfas o geométricas blancas y el segundo, representado por objetos con decoraciones en rojo, marrón y negro, en los que el felino es el tema habitual. La decoración “dragoniana” fue hallada en este conjunto.
En su Manual de la cerámica indígena,el especialista Antonio Serrano divide a esta cultura en Ciénaga I y Ciénaga II, situando a la primera en Huilische y a la segunda en Puntilla.
Las figuras humanas suelen estar representadas de cuerpo entero con ojos rectangulares y los felinos, las aves, las llamas y demás animales, aparecen frecuentemente como motivos de decoración.
Los yacimientos más importantes de la cultura Barreales se encuentran en La Ciénaga, La Aguada, Huilische, La Toma, La Puerta, Laguna Verde y Hualfín. Otras que le sucedieron con igual magnitud fueron las de Iruya, Santa Victoria y La Candelaria. Conjuntos menores son los de Arroyo del Medio, Las Mercedes y los valles calchaquíes, donde destacan las urnas funerarias y pucos pintados. En Santiago del Estero se han encontrado cerámicas negras con ilustraciones blancas que recuerdan vagamente a las de Barreales, especialmente en la región de Sumampa.
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Tumí diaguita |
La Puna, por su parte, se caracteriza por la pobreza de formas, la torpeza de la elaboración y la simplicidad de la decoración, según lo observado por Fernando Márquez Miranda. Eso se debe, especialmente, a que allí se carecía del elemento esencial para efectuar el horneo cerámico puesto que se trabajaba con fogones abiertos.
Se trata, por lo general, de cacharros de paredes espesas, pesados, de base y bocas irregulares y ornamentación prácticamente nula (la materia prima empleada era el grano grueso).
Algunas cerámicas de los valles calchaquíes representan guerreros de largas túnicas luciendo armas y escudos de dimensiones considerables.
La cultura de Belén, desarrollada al sur de Santamariana (centro y oeste de Catamarca) destaca por las urnas funerarias de amplia boca que recuerdan a las descubiertas en los yacimientos de La Paya. La de Angualasto, anteriormente denominada Sanagasta, está representada por grandes serpientes de boca amplia y cuello corto decoradas con líneas geometrizantes, destacando el color negro y el rojo, principalmente en la zona de Jachal, resultando muy similares a las vasijas santamarianas.
La cerámica Condorhuasi (departamento de Belén, provincia de Catamarca) es de una elaboración mucho más refinada y notable que las demás, aunque bastante frágil ya que su elaboración requirió de mucha arenisca. Destacan por su belleza sus estatuillas y vasijas con figuras faciales y corporales decoradas en rojo, negro, blanco y amarillo.
De Santiago del Estero proviene una colección de más de 20.000 piezas que fueron estudiadas en 1929 por Moreno y Ambrosetti y posteriormente por los hermanos Warner, expediciones financiadas por el gobierno provincial.
Arte rupestre
La región del noroeste es rica también en arte rupestre. En La Rinconada, existe un mural de 6 m2 en el que aparecen figuras rígidas de tono rojizo, rosado, verde y negro. Existen otras grutas decoradas que han permitido obtener detalles de la vestimenta y adornos de aquellos primitivos habitantes, en los que aparecen muchas representaciones zoomorfas.
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Arte rupestre comechingón |
En la región de la quebrada destacan las cavernas de Caulín o Inca Cueva, con ricas pictografías y en las ruinas de Titiconte, se da el caso particular de un verdadero mosaico de piedras blancas veteadas de marrón, incorporado a una pirca superior ( fue parte de la muralla del pueblo), en el que aparece representado un conjunto de llamas que avanza en una misma dirección.
La región montañosa es también rica en petroglifos y otras muestras de arte rupestre. En Córdoba, los comechingones dejaron interesantes muestras del suyo en las paredes del Cerro Colorado, donde se pueden observar miles de dibujos de notable hermosura, entre ellos, un cóndor de alas desplegadas que ha sido adoptado como sello y emblema por la Sociedad Argentina de Antropología.
Las mismas abarcan un sector de 40 hectáreas en las que se observan figuras antropomorfas y zoomorfas, armas, estrellas y otras expresiones que el antropólogo británico Gordon Gardner, recogió y catalogó en un interesante trabajo. Gardner fue quien descubrió y extrajo en 1926, el “Sol de Piedra” de los comechingones y otros objetos de notable interés.
Aparicio y Serrano estudiaron las pictografías detenidamente y Pedersen recuperó muchas otras que se habían ido borrando con el paso de los años, utilizando para ello el sistema de rayos infrarrojos. Pero tal vez, el ejemplo más notable de la cultura del Cerro Colorado sea el denominado “Flechero Emplumado”, que no se ve en otros sitios. Hay también animales, imágenes de celebraciones religiosas, cacerías, pumas, serpientes y cóndores, uno de ellos, de un asombroso parecido a otro encontrado en la Baja California, México.
Figuras de hombres a caballo acompañados, en algunos casos, por un perro son prueba concluyente de que los aborígenes trabajaron en el lugar hasta la llegada de los españoles.
El “pizarrón” de Talampaya, provincia de San Juan, tiene motivos extremadamente particulares como un hipocampo, patas de pumas, plantas, serpientes y motivos más abstractos. Se han preguntado los especialistas si no se trata de algún tipo de incipiente escritura jeroglífica, lo mismo las que se encuentran en las profundidades de las cuevas de Icaño, en Catamarca, los frescos encontrados en las cavernas de Huachicoana, a 21 kilómetros de Purmamarca (Jujuy) y la gruta de Carahuasi, en la quebrada de Calafate, entre Guanchipas y Santa Bárbara, provincia de Salta, una de cuyas paredes ha sido completamente cubierta de brujos y sacerdotes pintados en rojo, negro, blanco y amarillo.
Viviendas
Hemos hecho anteriormente, algunas referencias al tipo de vivienda que construyeron los pobladores del noroeste, recalcando que sus casas fueron de piedra, con paredes de pircas secas o de barro amasado cuyo espesor oscilaba entre los 0,50 y los 2 metros de espesor. En líneas generales, su planta era rectangular y el techo un sólido armazón plano construido con vigas y tablones de cardón recubiertas de cañas, al que se le agregaba un cuadriculado de materia vegetal sobre el que se echaba una capa de barro amasado, mezclado con paja y otras sustancias, construcción denominaba “techo de torta”. Aunque la planta rectangular fue lo más común, también las hubo cuadradas, circulares, elípticas, semicirculares y hasta de forma irregular. La superficie cubierta osciló entre los 12 y los 16 m2 aunque las hubo también de hasta 40 m2 y más también, posiblemente residencias de individuos de importancia, templos o habitáculos múltiples. Muchas de esas viviendas son semisubterráneas, con el piso interior a unos 0,30 o 0,50 centímetros por debajo del nivel del suelo. Disponen de puertas y ventanas no muy amplias, cuyos cimientos y sus primeras ringleras se hallan marcados con grandes lajas. Las hay también de una, dos, tres y hasta cuatro habitaciones que, en algunos casos, se intercomunicaban entre sí e incluso, con otras moradas, a través de corredores. Los pisos suelen ser de tierra apisonada pero, en muchos casos estuvieron cubiertos total o parcialmente por lajas.
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Una típica vivienda en Tilcara |
En las ciudades y poblados diaguitas y calchaquíes destacaban edificios particulares y públicos, estos últimos de carácter militar o religioso y otros, más rudimentarios, que sirvieron de silos, almacenes y corrales. Esas poblaciones, que en tiempos de la conquista fueron llamados “pueblos viejos”, estuvieron situados generalmente, al pie de los cerros, no así sus fortalezas, los “pucarás”, que fueron edificadas en la parte alta. Hacia ellos se dirigían que los habitantes de las primeras en tiempos de guerra ya que disponían de murallas y defensas adecuadas.
Los comechingones, que vivieron en Córdoba y no fueron diaguitas ni calchaquíes, recibieron mucha influencia de los diaguitas, a quienes seguramente admiraban, construyendo sus viviendas en grutas y cavernas a las que cerraban con paredes de pircas secas, dejando abierta una puerta angosta. Muchas de esas viviendas fueron semisubterráneas y la pared frontal que las cerraba, semicirculares características que también se dieron en la provincia de San Luis. |